LA CONCIENCIA

 

 

 


La importancia de  mantener una buena

 

  conciencia.

 



(1 PEDRO 3:16.) “Tengan una buena conciencia.”


¿SABE qué tienen en común el marinero que navega por el océano, el excursionista que atraviesa el desierto y el aviador que vuela entre las nubes? Que todos ellos se verán en graves problemas si no disponen de algún aparato para orientarse. No tiene por qué ser muy moderno; basta con una sencilla brújula.
 


En esencia, una brújula es un círculo con una aguja imantada que apunta al norte. Pero si funciona como debe, puede salvarnos la vida, y más si contamos con un mapa fiel. Pues bien, nuestro amoroso Padre Celestial nos ha hecho un regalo que se parece a la brújula.

Nos referimos a la conciencia. Sin ella, estaríamos completamente perdidos. Cuando la usamos bien, nos ayuda a hallar nuestro rumbo en la vida y a no salirnos del camino correcto. Como vemos, es un regalo muy valioso. Por ello, conviene examinar qué es la conciencia y cómo funciona, y luego analizar los siguientes puntos: 1) cómo educamos la conciencia; 2) por qué debemos tomar en cuenta las conciencias ajenas, y 3) qué beneficios obtenemos al mantener una buena conciencia.

(Santiago 1:17). Toda dádiva buena y todo don perfecto es de arriba, porque desciende del Padre de las luces celestes, y con él no hay la variación del giro de la sombra.

 


QUÉ ES Y CÓMO FUNCIONA LA CONCIENCIA


En la Biblia, la palabra griega para “conciencia” transmite la idea de “conocimiento en común”, o “conocimiento compartido con uno mismo”. Es decir, tenemos en nuestro interior la capacidad de conocernos a nosotros mismos. No hay ninguna otra criatura en la Tierra a la que Dios haya dado esa facultad. Gracias a ella podemos, por así decirlo, mirarnos desde fuera y hacer una evaluación moral de lo que hacemos. La conciencia es testigo, fiscal y juez de nuestros actos y de nuestros motivos. Nos orienta al tomar decisiones y nos indica si el camino que pensamos seguir es bueno o no. Si decidimos acertadamente, nos premia haciéndonos sentir bien; si no, nos castiga con remordimientos.

El primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, fueron creados con una conciencia, como lo demuestra el hecho de que sintieran vergüenza después de pecar.

(Génesis 3:7, 8). Entonces se les abrieron los ojos a ambos, y empezaron a darse cuenta de que estaban desnudos. Por lo tanto cosieron hojas de higuera y se hicieron coberturas para los lomos.
Más tarde oyeron la voz de Jehová Dios que andaba en el jardín hacia la parte airosa del día, y el hombre y su esposa procedieron a esconderse del rostro de Jehová Dios entre los árboles del jardín.


Lamentablemente, a esas alturas ya no servía de mucho que la conciencia les molestara. ¿Por qué? Porque habían desobedecido a Dios a sabiendas. Eran perfectos, así que la decisión de rebelarse contra Jehová y convertirse en sus enemigos la habían tomado con pleno conocimiento de causa. Por lo tanto, no había marcha atrás.

A diferencia de Adán y Eva, muchas personas, pese a ser imperfectas, han escuchado su conciencia. Entre ellas está el fiel Job, quien dijo:

“A mi justicia he echado mano, y no la soltaré; mi corazón no me molestará” (Job 27:6).

Job escuchaba con atención la voz de su conciencia antes de actuar o tomar cualquier decisión. Por eso podía decir con orgullo que su conciencia no le molestaba; no vivía mortificado por la culpa o la vergüenza. Un caso muy distinto es el de David. A él sí llegó a atormentarle la conciencia. La Biblia dice que:

“el corazón de David estuvo hiriéndolo” después de faltarle al respeto a Saúl, el rey que Jehová había ungido. (1 Samuel 24:5).

Aquellos remordimientos le ayudaron mucho, pues le enseñaron a ser más respetuoso.

Los siervos de Dios no son las únicas personas dotadas de conciencia. El apóstol Pablo dijo por inspiración:

(Siempre que los de las naciones que no tienen ley hacen por naturaleza las cosas de la ley, estos, aunque no tienen ley, son una ley para sí mismos. Son los mismísimos que demuestran que la sustancia o la esencia de la ley está escrita en sus corazones, mientras su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo acusados o hasta excusados”.  Romanos 2:14, 15)

A veces, el testimonio (o la voz) de la conciencia impulsa a muchas personas a actuar en conformidad con los principios divinos aunque no conozcan para nada las leyes de Dios.

Pero la conciencia no siempre funciona como es debido. Para entender por qué, piense en el ejemplo de la brújula. ¿Qué ocurre si la acercamos a un imán? Que la aguja se desvía y deja de apuntar al norte. ¿Y si la utilizamos sin la ayuda de un buen mapa? Entonces no valdría de mucho. Con la conciencia ocurre igual. Si dejamos que influyan en ella nuestros deseos egoístas, no nos indicará el camino correcto. Y si no consultamos el “mapa” de la Palabra de Dios, no sabremos distinguir entre el bien y el mal a la hora de tomar muchas decisiones importantes. Además, para que la conciencia funcione como es debido necesitamos la ayuda del espíritu santo. Como dijo Pablo:
“Mi conciencia da testimonio conmigo en conformidad con el espíritu santo” (Romanos 9:1). Ahora bien, ¿cómo logramos que la conciencia funcione de acuerdo con el espíritu santo de Jehová? Como veremos ahora, la clave está en educarla.

CÓMO EDUCAR LA CONCIENCIA

¿Cómo debe utilizarse la conciencia a la hora de tomar decisiones? Muchos creen que basta con escuchar al corazón. Luego tal vez digan: “Es que mi conciencia me lo permite”. Pero no olvidemos que los deseos del corazón son muy intensos y pueden afectar a la conciencia. Así lo confirma la Biblia:

“El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado. ¿Quién puede conocerlo?(Jeremías 17:9).

Por eso, lo más importante para nosotros debe ser complacer a nuestro amoroso Padre Celestial y no a nuestro corazón.

Al tomar decisiones, la persona que tiene la conciencia bien entrenada no se guía por el egoísmo. Se guía por el temor de Dios, es decir, por un verdadero temor a desagradar al Padre celestial. Así lo ilustra el caso del fiel Nehemías. Como gobernador de Jerusalén, tenía autoridad para exigir a sus súbditos que pagaran ciertos impuestos. Sin embargo, no lo hizo. ¿Por qué? Él mismo explicó la razón:
“Fue a causa del temor a Dios” (Nehemías 5:15). "No quería correr el más mínimo riesgo de desagradar a Jehová oprimiendo al pueblo. Es vital que nosotros también tengamos ese mismo temor, pues nos llevará a consultar la Biblia siempre que tengamos que tomar cualquier decisión.

(Nehemías 5:15). En cuanto a los gobernadores anteriores que me habían antecedido, ellos lo habían hecho pesado sobre el pueblo, y siguieron tomando de ellos, para pan y vino, cuarenta siclos de plata diarios. También, sus servidores mismos se enseñoreaban dominantemente del pueblo. En cuanto a mí, yo no hice así a causa del temor a Dios.

Tomemos por caso el consumo de alcohol. Si asistimos a una reunión social, quizá nos preguntemos: “¿Debo beber, o no?”. Para tomar una buena decisión, primero hay que educar nuestra conciencia examinando los principios bíblicos. Por un lado, las Escrituras no condenan el consumo moderado de alcohol. De hecho, alaban a Dios por habernos proporcionado el vino.

(Salmo 104:14, 15).
Él está haciendo brotar hierba verde para las bestias, y vegetación para el servicio de la humanidad, para hacer salir alimento de la tierra, y vino que regocija el corazón del hombre mortal, para hacer brillar el rostro con aceite, y pan que sustenta el mismísimo corazón del hombre mortal.

Por otro lado, sí condenan los excesos y las juergas.

(Lucas 21:34; ”Mas presten atención a sí mismos para que sus corazones nunca lleguen a estar cargados debido a comer con exceso y beber con exceso, y por las inquietudes de la vida, y de repente esté aquel día sobre ustedes instantáneamente.

Romanos 13:13).
Como de día, andemos decentemente, no en diversiones estrepitosas y borracheras, no en coito ilícito y conducta relajada, no en contienda y celos.

Lo que es más, incluyen la borrachera en una lista de pecados tan graves como la fornicación o el adulterio.

1 Corintios 6:9, 10). ¡Qué! ¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se extravíen. Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni personas dominadas por la avidez, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios.

Principios como esos educan la conciencia y la sensibilizan. Así, cuando nos inviten a una reunión social donde quizás se sirva alcohol, debemos preguntarnos: “¿Qué ambiente habrá? ¿Es probable que se descontrole y degenere en una juerga? ¿Y qué puede decirse de mí? ¿Tengo enormes ganas de beber? ¿Dependo del alcohol? ¿Lo necesito para sentirme bien y actuar como yo quiero? ¿Soy capaz de decir basta?”. Al examinar los principios bíblicos o cualquier pregunta sobre cómo aplicarlos, es conveniente orar a Jehová.

(Salmo 139:23, 24).
Escudríñame completamente, oh Dios, y conoce mi corazón. Examíname, y conoce mis pensamientos inquietantes, y ve si hay en mí algún camino doloroso, Y guíame en el camino de tiempo indefinido.

De esta forma lo invitamos a que nos guíe con su espíritu santo y, al mismo tiempo, enseñamos a la conciencia a ajustarse a los principios divinos. Ahora bien, al tomar decisiones hay otro factor que debemos tener en cuenta.

POR QUÉ TOMAR EN CUENTA LAS CONCIENCIAS AJENAS.

 

 

Nuestra conciencia educada por la Biblia nos ayudará a decidir si vamos a beber alcohol o no.

A veces pudiera sorprendernos lo diferentes que son las conciencias aun dentro de la congregación. No es raro que un cristiano opine que cierta costumbre o comportamiento no está bien, mientras que otro lo considere lo más normal del mundo. Por ejemplo, volviendo al asunto de la bebida, a algunos les gusta pasar un rato tranquilo tomando una copita en compañía de sus amigos; sin embargo, otros lo ven mal. ¿A qué se deben esas diferencias, y qué peso deben tener en nuestras decisiones?

Existen numerosos factores que nos hacen diferentes. Entre ellos figuran las circunstancias del pasado, que cambian muchísimo de unos a otros. Así, hay cristianos que recuerdan muy bien que en su día tuvieron ciertas debilidades y que incluso sufrieron recaídas.

(1 Reyes 8:38, 39). Sea cual sea la oración, sea cual sea la petición de favor que se haga de parte de cualquier hombre [o] de todo tu pueblo Israel, porque ellos conocen cada cual la plaga de su propio corazón, y realmente extiendan las palmas de las manos a esta casa, entonces dígnate oír tú mismo desde los cielos, el lugar establecido de tu morada, y tienes que perdonar y actuar y dar a cada uno conforme a todos sus caminos, porque tú conoces su corazón (porque solo tú mismo conoces bien el corazón de todos los hijos de la humanidad).

Imaginemos que nos visita un hermano que tuvo problemas con el alcohol y que, por eso, es muy sensible con el tema de la bebida. Si lo invitamos a una copa, la conciencia probablemente lo impulse a ser prudente y rechazarla. ¿Nos ofenderemos? ¿Insistiremos en que la acepte? Desde luego que no. Por amor fraternal, respetaremos su decisión, sin importar que nos haya explicado sus razones o que haya preferido callarlas.

Ya en el siglo primero, el apóstol Pablo observó que había gran diversidad de conciencias en las congregaciones. Por ejemplo, algunos cristianos tenían escrúpulos ante ciertos alimentos que se sacrificaban a los ídolos y luego se vendían en el mercado.

(1 Corintios 10:25). Todo lo que se vende en la carnicería, sigan comiéndolo, sin inquirir nada por causa de su conciencia.

Pero Pablo no veía ningún problema en aceptarlos. Para él, los ídolos no eran nada; a fin de cuentas, esos alimentos no les pertenecían a ellos, sino a Jehová, que los había creado. Sin embargo, Pablo comprendía que no todos iban a compartir su opinión. Algunos habían sido idólatras antes de abrazar el cristianismo, y por eso sentían repugnancia ante todo lo que hubiera tenido la más mínima relación con la idolatría. ¿Cuál era la solución?. Pablo dijo:

Romanos 15:1, 3. “Los que somos fuertes [...] debemos soportar las debilidades de los que no son fuertes, y no estar agradándonos a nosotros mismos. Porque hasta el Cristo no se agradó a sí mismo”.


Esto significa que, al igual que Jesús, debemos anteponer el bienestar de nuestros hermanos al nuestro. En otro pasaje relacionado, Pablo llegó a afirmar que prefería no comer carne antes que hacer tropezar a una de las valiosas ovejas por las que Cristo había dado la vida.
 

1 Corintios 8:13; Por lo tanto, si el alimento hace tropezar a mi hermano, no volveré a comer carne jamás, para no hacer tropezar a mi hermano.

1 Corintios:10:23, 27, Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona.
Todo lo que se vende en la carnicería, sigan comiéndolo, sin inquirir nada por causa de su conciencia; porque “a Jehová pertenecen la tierra y lo que la llena”. Si alguno de los incrédulos los invita y ustedes desean ir, procedan a comer todo lo que se ponga delante de ustedes, sin inquirir nada por causa de su conciencia.


1 Corintios .31-33. Por esto, sea que estén comiendo, o bebiendo, o haciendo cualquier otra cosa, hagan todas las cosas para la gloria de Dios. Eviten hacerse causas de tropiezo tanto a judíos como a griegos y a la congregación de Dios, así como yo estoy agradando a toda la gente en todas las cosas, no buscando mi propia ventaja, sino la de los muchos, para que se salven.

Ahora bien, si otros cristianos hacen cosas que nuestra conciencia no nos permite, no debemos criticarlos, como si todo el mundo tuviera que opinar lo mismo en asuntos de decisión personal.

Romanos 14:10). Pero ¿por qué juzgas a tu hermano? ¿O por qué también menosprecias a tu hermano? Pues todos estaremos de pie ante el tribunal de Dios.

En realidad, la conciencia es para juzgarnos a nosotros mismos y no a los demás. No olvidemos que Jesús dijo:
“Dejen de juzgar, para que no sean juzgados”. (Mateo 7:1).

Ningún miembro de la congregación debería crear polémica en torno a asuntos de conciencia. Nuestro objetivo no es derribarnos unos a otros, sino edificarnos, promoviendo el amor y la unidad entre todos.
 

(Romanos 14:19). Por eso, pues, sigamos tras las cosas que contribuyen a la paz y las cosas que sirven para edificación mutua.

BENEFICIOS DE MANTENER UNA BUENA CONCIENCIA.

Una buena conciencia nos orienta en la vida y nos llena de gozo y paz.

El apóstol Pedro exhortó a los cristianos:
“Tengan una buena conciencia” (1 Pedro 3:16). La mayoría de los seres humanos no disfrutan de la gran bendición de que su conciencia esté limpia a los ojos de Jehová. Como dijo Pablo, tienen cauterizada .“su conciencia como si fuera con hierro de marcar”. (1 Timoteo 4:2).

(1 Pedro 3:16). Tengan una buena conciencia, para que en el particular de que se hable contra ustedes queden avergonzados los que están hablando con menosprecio de su buena conducta en lo relacionado con Cristo.

(1 Timoteo 4:2).
por la hipocresía de hombres que hablan mentiras, marcados en su conciencia como si fuera con hierro de marcar.


Cuando se marca a las reses con un hierro al rojo vivo, su piel se quema y se forma una cicatriz insensible. Del mismo modo, la conciencia de muchos está, a todos los efectos, muerta. No siente ningún dolor. Por eso se queda muda cada vez que hacen algo malo; no les avisa ni les produce remordimiento, culpabilidad o vergüenza. Esas personas han perdido el sentido de la culpa y, por lo visto, ese hecho no les preocupa lo más mínimo.

Muchas veces, los sentimientos de culpa son la manera en que la conciencia nos dice que hemos hecho algo malo. Si le hacemos caso a su voz y nos arrepentimos, seremos perdonados, sin importar lo grave que sea nuestra ofensa. Así sucedió con el rey David. Él cometió grandes pecados, pero recibió el perdón divino principalmente porque se arrepintió de todo corazón. En efecto, llegó a odiar sus malas acciones y tomó la firme determinación de no desobedecer las leyes de Dios nunca más; por eso pudo comprobar por sí mismo que Jehová es “bueno y está listo para perdonar”
(Salmo 51:1-19).*
 

(Salmo 86:5). Porque tú, oh Jehová, eres bueno y estás listo para perdonar; y la bondad amorosa para con todos los que te invocan es abundante.

Ahora bien, en ocasiones los sentimientos de culpa y vergüenza no dejan de mortificarnos aunque nos hayamos arrepentido y se nos haya perdonado. ¿Qué haremos en tal caso?.

Una vez que nos hemos arrepentido, no sirve de mucho que la conciencia nos martirice con sentimientos de culpa. Si el corazón no deja de condenarnos, tenemos que ‘asegurarlo’, es decir, convencerlo de que Jehová es mayor que nuestros sentimientos. Es el momento de poner en práctica un consejo que quizá hayamos dado a otros: “Tienes que recordar que Jehová te ama y aceptar que te ha perdonado”

(1 Juan 3:19, 20). En esto conoceremos que nos originamos de la verdad, y aseguraremos nuestro corazón delante de él respecto a cualquier cosa en que nos condene nuestro corazón, porque Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas.

Cuando logremos tener limpia la conciencia, sentiremos gran paz y serenidad, y un gozo que difícilmente encuentra la gente del mundo. Muchas personas que cometieron pecados graves han experimentado ese enorme alivio, y hoy sirven a Jehová con buena conciencia.

(1 Corintios 6:11). Y, sin embargo, eso era lo que algunos de ustedes eran. Pero ustedes han sido lavados, pero ustedes han sido santificados, pero ustedes han sido declarados justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios.

El objetivo de este estudio y de esta Web es ayudarnos a conseguir ese gozo y a mantener una buena conciencia mientras luchamos contra el mundo de Satanás durante estos últimos días. Claro, no puede abarcar todas las leyes y principios bíblicos aplicables a nuestra vida diaria. Y cuando trata asuntos de conciencia, tampoco ofrece una lista de reglas específicas para cada caso. Más bien, analiza cómo poner en práctica las enseñanzas de la Palabra de Dios, y así nos facilita la labor de educar y sensibilizar la conciencia. No olvidemos que, mientras que la Ley mosaica daba prioridad a las reglas, “la ley del Cristo” concede más importancia al deber de usar la conciencia y guiarse por los principios bíblicos.

(Gálatas 6:2). ¿O no saben ustedes que los santos juzgarán al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por ustedes, ¿son ustedes incapaces de juzgar asuntos de ínfima importancia?.

Ciertamente, nuestro amoroso Padre Celestial nos da mucha libertad. Pero la Biblia nos anima a que, en vez de emplearla “como disfraz para la maldad”, la usemos para algo mucho mejor: para demostrarle a Jehová cuánto lo amamos.
 

(1 Pedro 2:16). Sean como personas libres, y, sin embargo, tengan su libertad, no como disfraz para la maldad, sino como esclavos de Dios.

Cuando usted comenzó a conocer a su amoroso Padre Celestial Jehová Dios y a su amado Hijo Jesucristo, dio los primeros pasos en el camino a la vida. Para continuar en él, es necesario que analice, con la ayuda de la oración, cómo aplicar los principios bíblicos, y luego obrar en consecuencia. Así, “mediante el uso”, tendrá “sus facultades perceptivas entrenadas”.

(Hebreos 5:14). Pero el alimento sólido pertenece a personas maduras, a los que mediante el uso tienen sus facultades perceptivas entrenadas para distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto.

 Una vez que su conciencia esté bien educada en los principios bíblicos, será un instrumento muy útil. Tal como la brújula guía al viajero, la conciencia lo orientará a usted y le permitirá tomar decisiones que agraden a su Padre celestial. Y, sin duda, también le ayudará a mantenerse en el amor de Dios.

 

 

 


*
(Salmo 51:1-19; Muéstrame favor, oh Dios, conforme a tu bondad amorosa.
Conforme a la abundancia de tus misericordias, borra mis transgresiones.
Lávame cabalmente de mi error,
y límpiame aun de mi pecado.
Pues mis transgresiones yo mismo conozco,
y mi pecado está enfrente de mí constantemente.
Contra ti, contra ti solo, he pecado,
y lo que es malo a tus ojos he hecho,
a fin de que resultes justo cuando hables,
para que estés libre de culpa cuando juzgues.
¡Mira! Con error fui dado a luz con dolores de parto,
y en pecado me concibió mi madre.
¡Mira! Te has deleitado en la veracidad misma en lo interior;
y en el yo secreto quieras hacerme conocer sabiduría pura.
Quieras purificarme del pecado con hisopo, para que yo sea limpio;
quieras lavarme, para que quede hasta más blanco que la nieve.
Quieras hacerme oír alborozo y regocijo,
para que estén gozosos los huesos que has aplastado.
Oculta tu rostro de mis pecados,
y borra aun todos mis errores.
Crea en mí hasta un corazón puro, oh Dios,
y pon en mí un espíritu nuevo, uno que sea constante.
No me arrojes de delante de tu rostro;
y tu espíritu santo, oh, no me lo quites.
Restáurame, sí, el alborozo de la salvación por ti,
y quieras sostenerme aun con un espíritu bien dispuesto.
Ciertamente enseñaré a los transgresores tus caminos,
para que los pecadores mismos se vuelvan directamente a ti.
Líbrame de la culpa de sangre, oh Dios, el Dios de mi salvación,
para que mi lengua informe gozosamente acerca de tu justicia.
Oh Jehová, quieras abrir estos labios míos,
para que mi propia boca anuncie tu alabanza.
Porque no te deleitas en sacrificio... de otro modo lo daría;
en holocausto no te complaces.
Los sacrificios para Dios son un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y aplastado, oh Dios, no lo despreciarás.
En tu buena voluntad trata bien, sí, a Sión;
quieras edificar los muros de Jerusalén.
En tal caso te deleitarás con los sacrificios de justicia,
con el sacrificio quemado y la ofrenda entera;
en tal caso se ofrecerán toros en tu mismísimo altar.



Que este estudio nos ayude a todos a mantenernos en el amor de Dios hasta el fin, y que nos sirva de fortaleza y edificación.

 

 

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Que la gracia y la paz de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo este con todos vosotros.